Sebas Valencia: El último día de un periodista en su Redacción

16 de enero de 2015





¡¡¡EROR DE SISTEMA!!!!
Pocas veces he escuchado tantos tacos, exabruptos, bufidos, insultos, juramentos y blasfemias en mi vida. Todas juntas y a la vez. ¡Buah! Menuda movida. Aquello acababa de estallar y tan solo una persona sonreía.

¿Que qué pasaba?
Que el sistema ITEK de edición de periódicos había fallado. Y en aquella sucesión de pantallas verdes solo se leía ERROR DE SISTEMA. Todo el trabajo del día a la basura so pena que hubieras guardado, y eso, santigüándote. 

Además, las prisas, las bullas, el estrés, la ansiedad por cerrar la edición del día (Y que los periódicos salían mejor antes con las máquinas de escribir que ahora con los ordenadores. Y que de esto de la tecnología no nos fiamos un pelo, porque nos quita tiempo para ponar los titulares y los enfoques, y porque...).

Corría el verano de 1989 y la Redacción de El Diario Vasco se cruzaba de brazos ante el fallo general del sistema. No había más remedio a menos que alguien lo arreglara.

Al fondo, en una esquina frente a la entrada a la Redacción en el primer piso, justo donde estaba bien delimitado sin tinta ni puertas el final del dominio de los periodistas y el comienzo del Taller, antiguos linotipistas reconvertidos a marchas forzadas a la pretecnología de la autoedición, con amplias mesas de dibujante en plano inclinado donde se montaban a mano las páginas del diario, un tipo sonreía y yo le miraba.

El tipo que sonreía fumaba el enésimo pitillo del día. Lo cogía de una forma particular, entre los dedos centrales y con el puño semicerrado y vuelto hacia arriba. 

Se levantó de su mesa y recorrió la Redacción gritando a pulmón: CONTROL+CAMBIA+T+Q+EDITAR

¿Qué ha dicho? 

Que pulses la tecla de CONTROL y la de CAMBIA a la vez, que te saldrá una línea de comando y le pegas a la T y a la Q todo de seguido y entonces le pegas otra vez a la tecla de editar y el ordenador se pone otra vez en plan DOWNLOAD LOADING.

A toda pastilla, todos y cada uno de los periodistas de la Redacción empezaban a teclear la extraña combinación y, cojones, ¡funcionaba!

Como si tal cosa, apurando su cigarrito, se volvía a su mesa, se sentaba, y seguía currando para que saliera El Diario Vasco. A mí me dio la impresión de que se las sabía casi todas. Y fue así.

Hoy es el último día de trabajo de un periodista en su Redacción de El Diario Vasco. Y muchos, muchos, muchos periodistas estamos orgullosos de haberle conocido y de haber aprendido el oficio con él en el gran periódico que es El Diario Vasco. Y lo que nos queda.

Ahora, mientras escribo, Sebas Valencia estará por última vez en su mesa, trabajando. Y sonriendo.



CRÉDITOS
Las fotos son de Lobo Altuna, gracias a la gestión de @eljukebox
Gracias







‘El Año de las Ausencias’

4 de enero de 2015



‘El Año de las Ausencias’
http://goo.gl/RrDHEz

La Bodega Donostiarra está de bote en bote. Las guindillas, anchoas y el bonito reinan. Picamos chorizo a la brasa y tortilla. También ensaladilla, que te obliga a pensar de alguna manera que solo se puede comer ensaladilla y rodaballo en Donostialdea. No es medianoche y ya planeamos aventuras. Mi amiga y yo, dos donostiarras trasterrados que las hemos pasado canutas, miramos al cielo y está nuestra estrella. Vemos la Luna Llena y no nos lo pensamos. Nos dirigimos a bordear el Paseo Nuevo. Es como si lo hubieran abierto para nosotros. Hay nuevas definiciones del color azul, del blanco de la espuma que se recorta sobre cada ola. El ruido atronador que paraliza pero subyuga cuando rompe sobre el muro. La escollera de piedras inauditas. El viento en la calma. La Bajamar que te proporciona una extraña sensación de pereza, de plenitud. Algo tiene la mar que da miedo. La mar eterna que te espera siempre cuando vas a visitarla. Mi amiga y yo no nos hablamos. Solo nos abandonamos al cálido viento lunar que nos va sanando por dentro. Lleno de sal, permite cicatrizar las heridas, que en un último intento, abrasan con la mayor intensidad posible, dentro de ti, donde las has dejado entrar. Pero el viento lunar, el ruido atronador de las olas, la luz de las estrellas, el poder de la mar, conjuran el mal. Nos ponemos frente a la barandilla, tenuemente iluminada por la luz mustia de la farola. Sabemos que el Cantábrico está debajo. Entonces, saltamos y nos vamos nadando. Buceamos y empezamos a sonreír. A la sonrisa le acompaña una carcajada. Al principio se contiene, al final es sonora, agradable, cálida. No hace frío. Y decidimos volar. Pensamos que la escultura de Oteiza, el vasco lisérgico que nos guía, merece ser disfrutada desde arriba. Es también una antena que conecta en el otro extremo con la de Chillida. Se percibe bien cuando vuelas en el viento, cuando nadas entre las olas, cuando caminas por la arena fina y mojada. Sabemos que ha sido el Año de las Ausencias y pactamos que tenemos que Desaprender. La noche insiste y te envuelve en sus azules, turquesas, cobaltos, marinos. Somos felices.

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