Seis artículos para interpretar y contextualizar el discurso de Nochebuena del Rey
-El Rey virtual, por Antoni Gutiérrez-Rubí, en El País:
"Creo que la complejidad política, que roza la parálisis o el bloqueo, de nuestra realidad obliga a aceptar que España, en su conjunto (y con ella, la Corona y todo nuestro sistema y arquitectura institucional) necesita un “reset” inaplazable".
-La trampa de la política grande, por Juan Luis Sánchez, en eldiario.es:
"Según la Casa Real, la marea verde, la marea blanca, los sindicatos, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, los nodos que surgen tras el 15M, el periodismo crítico, los libros, los blogs, las huelgas de funcionarios, las Iniciativas Legislativas Populares, las acampadas frente a los bancos, las pancartas sobre fachadas, las manifestaciones, las redes... Todo eso no es política, no reclaman "política grande", no es la reactivación de la exigencia ciudadana en un momento de urgencia. No es la construcción intelectual de un cambio. Es solo "desapego", es solo "pesimismo", es cortoplacista. Es emocional y, por tanto, inútil para el juego de "la política grande".
-Alta política, por Ignacio Camacho en ABC:
"Para la política weberiana que reivindicó el Rey en su alocución de Nochebuena, esa alta política responsable, honesta y generosa que sea en sí misma el antídoto de la desafección ciudadana, se necesita algo que el monarca no podía echar de menos en voz alta aunque resulta bien probable que lo haga en su fuero íntimo: políticos de calidad como los que alumbraron el pacto constitucional que figuraba aludido entre las líneas del discurso (...) El mismo Rey es, en tanto político, el último superviviente de una generación extinguida".
-Una lectura de labios, por Alberto Moyano en El Diario Vasco:
"En cuanto a su llamamiento a la unidad, tuvo efectos fulminantes en PP y PSOE, que aplaudieron a rabiar el discurso, especialmente, en el tramo en el que hacía referencia al descrédito de los partidos".
-Un rey del método, por David Torres en Público:
"El rey ya no distingue la realidad de la realeza y se pasa el día borboneando por ahí, dando la mano y acudiendo al quirófano, como esos jubilados que colapsan las salas de espera de los ambulatorios.
-Y por su interés, reproducimos el artículo de opinión de Teodoro León Gross en los diarios regionales de Vocento.
Necesita prestigio, pero eso no llega con discursos de Nochebuena, un género sobrevalorado en los medios
El Rey ha perdido magnetismo. Tiene muy agotada la química escénica, ese feeling invisible que conecta con el público. Como el cantante acostumbrado a vender discos de platino cuyo último álbum, de repente, se acumula en los almacenes del fracaso; o ese actor taquillero de pronto convertido en un juguete roto del olvido; o incluso el político de antiguas mayorías absolutas ahora perdedor. El magnetismo se pierde. Y el Rey, que tenía aura, ahora apenas parece un cónsul europeo, quizá de Liechtenstein, aficionado a las cacerías en África. Su discurso de Navidad resultaba, como diría Sartre, una ‘pasión inútil’. Ya fuese traducido a todas las lenguas, subtitulado en euskera o en bable, pasado por YouTube o con el tam-tam de las tribus ibéricas, el discurso no daba. Sin magnetismo es imposible. Y en la sociedad del espectáculo perder el magnetismo probablemente sea peor que perder la razón.
De hecho el discurso tenía buenas hechuras, y hasta una puesta en escena refrescada sin el espeso convencionalismo del butacón, para compensar la imagen decadente de la corona en traumatología. Pero cuando no hay feeling, no hay. A menudo no se sabe por qué ocurre eso, en qué momento, y cómo. En el caso del Rey, sin embargo, sí se sabe. Más que su prima Windsor hace veinte años, lo suyo sí que es un ‘annus horribilis’ con los paseíllos de Urdangarin, la cacería de Bostwana, la amante prusiana, las amistades pérsicas... eso lo ha dejado más renqueante que la cadera de titanio. Quizá todavía puede acertar a un elefante con su Holland&Holland de cartuchazos 577 Express Nitro, pero a su discurso no le bastaba con la puntería. No con la credibilidad en mínimos.
Resulta ridículo evocar a Alfonso XIII en el caldero social de 1931, o a Carlos IV o Isabel II cruzando los Pirineos... pero el Rey ahora sabe que está en el trono por pragmatismo. Mejor con él que sin él; solo eso. Es un símbolo activo de cohesión, aunque Mas lo tape; pero ha perdido el magnetismo carismático. Su discurso estaba diseñado para elevarse sobre la denostada clase política, pero no se puede hablar de Política con mayúscula con una credibilidad minúscula.
De hecho no pudo hablar de ‘desahucios’ o de ‘paro’ porque le habrían llovido sarcasmos en las redes sociales recordándole sus cacerías con millonarios del golfo Pérsico que cualquier día le regalan un Ferrari. Tampoco habló esta vez del príncipe o la familia real; pero eso, más que un ‘dejarme solo’ taurino, sonaba a ‘La Corona soy Yo’. Trata de rehacerse, y ser el que era. Sin duda necesita prestigio, pero eso no llega con discursos de Nochebuena, un género sobrevalorado por los medios. Nunca te encuentras a nadie en la calle hablando del discurso del Rey. Antes se habla de Raphael.
CRÉDITOS DE LA ILUSTRACIÓN, MAGNETO COPIA AL REY