Por su interés y tremendo acierto reproducimos el artículo de Mitxel Ezquiaga publicado en El Diario Vasco y en su magnífico blog… ‘La dolce vita’.
Cuando el frío aprieta es recomendable refugiarse en lugares calientes. La otra noche, tras una cena de amistad y chuleta, volví al periódico porque me apetecía ver otra vez el mayor espectáculo del mundo: la rotativa en marcha. Es uno de los mayores placeres de este mundo que uno puede disfrutar vestido.
Qué maravilla. Un Gómez de la Serna de bolsillo diría que el ruido industrial de la rotativa es la música de la actualidad, y que el olor a tinta es el Chanel número 5 de las noticias.
Pero claro, yo no iba a ponerme cursi, tras un gin-tonic, con los colegas que en ropa de faena se multiplican a esa hora de la noche para cambiar las planchas o vigilar que los diarios llegan debidamente a las furgonetas. Para ellos la liturgia de la impresión es una rutina diaria, como esto de escribir es la rutina diaria de los plumillas. Pero cada vez que vuelvo a la rotativa me ‘pongo’.
Aquí traería yo, de uno en uno, a los gurús de lo digital y a los heraldos que cada lunes anuncian la muerte del papel. O así.
Soy un dinosaurio: los periódicos de papel son para mí un tesoro. Si cae en mis manos un diario venezolano o de Dakota los leo con la misma devoción que el Marca. Soy capaz de observar con detenimiento hasta un ejemplar coreano, del que nada entiendo. Siempre he contado cómo me identifiqué con José María de Areilza, cuando le entrevisté en su casa de Saturraran, ya en el último tramo de su vida, y me contó que el juguete más preciado de su infancia habían sido los periódicos. Era un lector voraz: cuando su padre quería reprenderle con el mayor castigo, le retiraba la prensa de la mañana.
Somos muchos los que vivimos con síndrome de abstinencia los tres días del año en que no tienes un periódico fresco para desayunar. Pero corren malos para el papel: bajan las tiradas, cierran cabeceras. Crece el consumo de información a través de Internet y decae la compra en el kiosco. El futuro está en la red, dicen los sabios, y quizás sea así, pero conozco demasiado gurú marxista de la rama Groucho: cada mes tienen una teoría y, si las circunstancias cambian, el jueves siguiente tienen otra.
Cada verano hay un catedrático de Harvard que augura la muerte de los periódicos en papel. Menos mal que cada invierno hay otro que pronostica que los diarios seguirán, aunque quizás de otro modo: más caros, para un público más exigente, como un producto de élites intelectuales.
Pero lo último que quería era entrar en ese debate tan aburrido y de tan mal pronóstico. Yo sólo deseaba contar una emoción: entrar de noche en el periódico, sumergirte en las entrañas de la rotativa, tomar entre las manos el papel caliente que sale de la máquina y acompañar al paquete de ejemplares que entra en la furgoneta en dirección a los kioscos. Ver cómo esa exclusiva de hoy, por la que varios compañeros hace un rato se han dejado la piel, va ael lector antes de envolver el pescado de mañana.
Vale, me estoy poniendo cursi otra vez. De vez en cuando digo a mis jefes que el mejor marketing sería invitar a los lectores a ver la rotativa al menos una vez en la vida y volver a casa de madrugada con su ejemplar caliente recién salido de las máquinas. Quien vive eso no volverá conformarse con leer las crónicas de la Real a golpe de click.
(Y conste que, pese a dinosaurio del papel, consumo Internet de la mañana a la noche, escribo en la web del periódico, tuiteo, feisbukeo y hago tele hace años. Pero en esto de la información, al contrario que en el chiste, se puede estar a setas y Rolex).
(Y conste que, pese a dinosaurio del papel, consumo Internet de la mañana a la noche, escribo en la web del periódico, tuiteo, feisbukeo y hago tele hace años. Pero en esto de la información, al contrario que en el chiste, se puede estar a setas y Rolex).
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