Los periodistas cuidamos de los nuestros. Manuel Pedreira, compañero en el diario Ideal, retrata con pluma sincera y recta las virtudes clásicas del buen periodista en la persona de Paco Rengel, maestro, amigo y querido.
Un sabio con gafas
MANUEL PEDREIRA ROMERO
Alguna ventaja habrá de tener que esto lo lee cada vez menos gente y si hablamos de este rincón semanal, apenas cuatro gatos de la familia y las amigas de mi madre. Por eso, a nadie le va a molestar que hoy les hable de Paco Rengel, un tipo de Málaga al que he visto cuatro veces en toda mi vida, suficientes para calar al personaje y para que el personaje me haya calado. Hondo.
Paco ronda ya la cincuentena aunque sospecho que aparenta la misma edad desde hace un par de décadas. Buen mozo, desgarbado, con gafas, papada generosa y corpachón inquieto. Hace años que no lo veo pero lo recuerdo un verano, vestido con la camisa por fuera del pantalón, al estilo guayabero pero sin serlo, y con una mochilita cruzada sobre el pecho por donde asoman papeles.
Paco tiene pinta de reportero, de periodista. No lo puede ocultar. A Paco le das un papel y un bolígrafo y te escribe una historia en el filo de un peine. Huele las noticias como otros huelen los sobres llenos de billetes o los chuletones de buey poco hechos. Le gusta el baloncesto, contar chistes y los toros.
Dice que es amigo de José Tomás y le tomé por un fantasma hasta que un día le sonó el teléfono y me enseñó la pantallita con el nombre del monstruo de Galapagar. El caso es que unos pocos días le han bastado y sobrado para que a uno no se le borre de la mente su gracia, su acento malagueño rajao y esa mirada tan rebosante de nobleza que parece querer abrazarte con los ojos.
Con Paco y un puñado de compañeros compartí una experiencia inolvidable va ya para ocho años. Los Juegos del Mediterráneo de Almería, en 2005, aquel evento con el que la ciudad quiso engancharse a un tren que no sabía adónde llevaba porque la cuestión era subirse, aunque enseguida descarrilara en El Toyo y sus fiascos aledaños. IDEAL se tomó aquello como unos Juegos Olímpicos y montó una mini redacción en la que media docena larga de periodistas sudó 32 páginas diarias durante dos semanas.
Allí conocí a Paco, entonces jefe de Deportes del Sur malagueño. Dos horas después de presentármelo, ya me había contado tres chistes, cuatro historietas sobre el Unicaja de baloncesto y cinco sobre el equipo español de natación, el deporte del que me había tocado escribir esos días. Rengel es uno de esos tipos al que el adjetivo especial le queda muy pequeño. Tampoco es peculiar, ni distinto, ni formidable. Le colocas todos esos trajes y salen pedazos de Paco por todas partes.
En Málaga es una institución, el puto amo del baloncesto, un sabio con gafas. No se me olvidan aquellas noches almerienses en las que chapábamos la redacción a las tantas y, convertidos en un comando de hambrientos, nos lanzábamos a buscar un plato de comida en cualquier antro. Ahí es donde Paco desplegaba todas sus artes zalameras y no había puerta que se le cerrara. Alguna noche cayó un bocata de choped, de acuerdo, pero con Paco al lado sabía a jamón. Llevo tiempo sin verlo y espero con impaciencia el reencuentro. Tengo las risas garantizadas.
De mayor quiero ser como él. Qué más da que el viernes pasado lo incineraran.
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