"He visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión...He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser...Todos esos momentos se perderán... en el tiempo, como lágrimas...en la lluvia... Es hora, de morir".
(Blade Runner).
(Blade Runner).
Me llamo Javier Fernández-Barrera Larzabal. Desde que yo me acuerde, siempre quise ser periodista.
Comencé pronto. En Marianistas. Mi pasión me llevó a participar en ‘El Chivato’ en sexto curso de la entonces llamada EGB. Era un dazibao, un periódico mural en el aula con actualización mensual que dirigía nuestro tutor, ‘El Bombi’. De ahí recuerdo algún que otro artículo largo, como aquél mecanografiado en la Olivetti de mi padre sobre Wilfredo el Belloso. Manda güevos pero es cierto. Pronto me las arreglé para ser jefe de la sección de la parte de la derecha, la que estaba dedicada a historia, con más mando que sobre uno mismo, que ya es decir. Siempre he sido un triunfador. Juas!
En aquellos tiempos, Franco moriría precisamente aquel curso de sexto de EGB, todavía éramos un país pobre, honrado y lleno de emigrantes. Solo que esta vez eran los nuestros los que emigraban. ‘El Chivato’ estaba hecho con papel de embalar de aquel marrón que tenía estrías del mismo color y que servía para todo, para envolver regalos o para empaquetar. Estaban presentes en las esquinas de cualquier comercio en bobinas que medían más o menos lo que nosotros medíamos en aquel entonces, algo así como un metro y medio.
Luego, como era cole de curas y niños pijos, también teníamos la versión premium, el papel azul marino. Con estos dos tonos y un poco de papel de plata del chocolate de los zuecos, el Suchard (no existía el papel albal), ‘El Bombi’ se montó un diseño para el periódico que me río yo de la esenedé. Allí empezó uno a darse cuenta de que eso de escribir, publicar y que le leyeran molaba más que meter goles en el patio durante el recreo.
Comencé pronto. En Marianistas. Mi pasión me llevó a participar en ‘El Chivato’ en sexto curso de la entonces llamada EGB. Era un dazibao, un periódico mural en el aula con actualización mensual que dirigía nuestro tutor, ‘El Bombi’. De ahí recuerdo algún que otro artículo largo, como aquél mecanografiado en la Olivetti de mi padre sobre Wilfredo el Belloso. Manda güevos pero es cierto. Pronto me las arreglé para ser jefe de la sección de la parte de la derecha, la que estaba dedicada a historia, con más mando que sobre uno mismo, que ya es decir. Siempre he sido un triunfador. Juas!
En aquellos tiempos, Franco moriría precisamente aquel curso de sexto de EGB, todavía éramos un país pobre, honrado y lleno de emigrantes. Solo que esta vez eran los nuestros los que emigraban. ‘El Chivato’ estaba hecho con papel de embalar de aquel marrón que tenía estrías del mismo color y que servía para todo, para envolver regalos o para empaquetar. Estaban presentes en las esquinas de cualquier comercio en bobinas que medían más o menos lo que nosotros medíamos en aquel entonces, algo así como un metro y medio.
Luego, como era cole de curas y niños pijos, también teníamos la versión premium, el papel azul marino. Con estos dos tonos y un poco de papel de plata del chocolate de los zuecos, el Suchard (no existía el papel albal), ‘El Bombi’ se montó un diseño para el periódico que me río yo de la esenedé. Allí empezó uno a darse cuenta de que eso de escribir, publicar y que le leyeran molaba más que meter goles en el patio durante el recreo.
Lógicamente, había que leer. Mi primera novela se tituló ‘Las aventuras de Diógenes, el basset’, y había acontecido dos años antes, en cuarto curso de EGB, cuando el tutor era don Florián, y no don Floripondio, como rezaba la anécdota que era transmitida boca a boca entre el alumnado que una madre le llamó al profe de marras.
A partir de ahí arrasamos con todo lo que había que arrasar: Verne, Salgari, los Cinco, los Siete Secretos y de ahí a Los Tres Investigadores, todo bien mezclado con las suculentas dosis de comics que me proporcionaba mi dealer favorito: Luis Gasca.
Luego colaboré en Radio Aldapeta de los Deportes, un informativo deportivo que durante cinco minutos informaba de los resultados de las competiciones deportivas a partir de las nueve de la mañana cada viernes en todas las aulas del colegio Marianistas de San Sebastián. El director era el padre Pujana, aká ‘El Yeti’, un genio. Fueron pocas las colaboraciones, pero cada vez que podía entrar en aquel estudio de radio completamente dotado tecnológicamente, con un sistema de altavoces que incluía todas las aulas, despachos, comedores, frontones y patios, sentía el poder de comunicar, del Periodismo. Luego, aprendería la responsabilidad, la ética y todo lo que brilla por su ausencia, quizá más que desgraciadamente.
En octavo curso de EGB, gracias a la iniciativa de Javier Coca, hermano marianista, grabamos un programa de radio que recuerdo con especial entusiasmo. Con música de los Beatles, piezas grabadas, entrevistas y demás. Lo que daría por recuperarlo ahora y volver a escucharlo.
A partir de ahí arrasamos con todo lo que había que arrasar: Verne, Salgari, los Cinco, los Siete Secretos y de ahí a Los Tres Investigadores, todo bien mezclado con las suculentas dosis de comics que me proporcionaba mi dealer favorito: Luis Gasca.
Luego colaboré en Radio Aldapeta de los Deportes, un informativo deportivo que durante cinco minutos informaba de los resultados de las competiciones deportivas a partir de las nueve de la mañana cada viernes en todas las aulas del colegio Marianistas de San Sebastián. El director era el padre Pujana, aká ‘El Yeti’, un genio. Fueron pocas las colaboraciones, pero cada vez que podía entrar en aquel estudio de radio completamente dotado tecnológicamente, con un sistema de altavoces que incluía todas las aulas, despachos, comedores, frontones y patios, sentía el poder de comunicar, del Periodismo. Luego, aprendería la responsabilidad, la ética y todo lo que brilla por su ausencia, quizá más que desgraciadamente.
En octavo curso de EGB, gracias a la iniciativa de Javier Coca, hermano marianista, grabamos un programa de radio que recuerdo con especial entusiasmo. Con música de los Beatles, piezas grabadas, entrevistas y demás. Lo que daría por recuperarlo ahora y volver a escucharlo.
De ahí pasé a Ciencias en BUP y COU con la idea de estudiar Medicina, como mi padre. Me apetecía curar a la gente, pero mi vocación era el Periodismo.
Uno se iba dando cuenta porque le interesaba mucho más leer Pío Baroja, 1984, Burroughs o Keruoak que los logaritmos neperianos, la trigonometría o las derivadas e integrales, aunque le molaban los nombres. ‘Cálculo infinitesimal’ es un buen titular para un reportaje sobre las encuestas que manejan los políticos en tiempos preelectorales, por ejemplo.
La cosa empezaba a estar realmente ardiendo cuando uno combinaba los partidos de la Real en Atocha con los programas de los viernes de La Clave, que dirigía José Luis Balbín.
Leía El Diario Vasco sin parar.
Terminé COU y pasaron dos años, de los 18 a los 20, en los que completé mi formación periodística. A ver qué tal me sale. Suspendí Selectividad creo que hasta tres veces y al final la aprobé gracias a recordar que la cantidad de movimiento se conserva. Suspendí el carné de conducir una docena de veces y al final lo aprobé. Ingresé en la Universidad de Navarra y logré catorce suspensos en dos convocatorias. La Facultad de Periodismo de la Universidad de Navarra es fuera de serie, pero ella y yo vivíamos en ese momento en países diferentes. Fui a Madrid en un viaje iniciático y acabé en Miguel Yuste conociendo la Redacción de El País. Era 1984. Conocí la ‘movida’ y el mundo se abría ante mis ojos. Me leí cualquier papel, legajo, fancine, libro o tomo que pasó por mis manos. Y me escuché todos los elepés que se editaron. Fui a todos los conciertos de Donosti y al Festival de Jazz. Escribí un diario en dos voluminosos cuadernos. Ahora que me doy cuenta, mi primer blog. También, me enamoré. Y también me rompieron el corazón.
En 1985 la fiesta había terminado para mí. Me enfrentaba a la primera de mis últimas oportunidades. De las 300.000 pesetas que costaba la matrícula en primero de Periodismo en la Universidad de Navarra pasé a las 32.000 que costó primer curso de Periodismo en la UPV, campus de Leioa. Era octubre y estaba nublado. Tremendamente nublado.
Bilbao era Matrix, Mad Max. Los destrozos de las inundaciones en el corazón de la ciudad, las revueltas obreras de los astilleros Euskalduna que paralizaban la urbe, la escisión del PNV y el nacimiento de EA, los duros ochenta de droga dura y ETA matando a troche y moche... y tú que llegas a Lejona por la tarde a matricularte en segunda instancia. Lo haces y buscas la cafetería para tomarte un café. Hay una fiesta y dos millares de tipos y tipas como tú -¿dónde os habiaís metido?- se emborrachan con tercios de birra mientras una canción atronaba en los bafles. La recuerdo, era de Bowie y se titula ‘Changes.’
Al día siguiente fui a las nueve de la mañana a mi primera clase. Fino estratega, me senté en la última fila, la profesora de lengua se desgañitaba enseñándonos gramática generativa-transformacional mientras la tipa junto a la que me había sentado se liaba con pasmosa elegancia una trompeta tras quemar el medio talego. Todo el mundo fumaba en el aula y todo el mundo estaba leyendo los periódicos, abiertos completamente sobre cada pupitre. Emilia Zorriqueta, la profesora, con un micro y un altavoz seguía dale que te pego. El aroma del hachís se mezclaba con la humedad de una mañana de octubre en el País Vasco. Me ofreció una calada y el costo me rascó bien rascados los pulmones y eso que por aquella época yo fumaba Habanos. Eran las nueve y cuarto de la mañana de mi primer día en Periodismo en la UPV/EHU y ya estaba ciego. No volí a ver a aquella chica y Lengua me quedó para septiembre. Yo estaba en mi sitio, en la mejor Facultad de Periodismo del mundo, la que me enseñó el oficio gracias a tipos como César Coca, Mingolarra o Ramón Zallo.
La cosa empezaba a estar realmente ardiendo cuando uno combinaba los partidos de la Real en Atocha con los programas de los viernes de La Clave, que dirigía José Luis Balbín.
Leía El Diario Vasco sin parar.
Terminé COU y pasaron dos años, de los 18 a los 20, en los que completé mi formación periodística. A ver qué tal me sale. Suspendí Selectividad creo que hasta tres veces y al final la aprobé gracias a recordar que la cantidad de movimiento se conserva. Suspendí el carné de conducir una docena de veces y al final lo aprobé. Ingresé en la Universidad de Navarra y logré catorce suspensos en dos convocatorias. La Facultad de Periodismo de la Universidad de Navarra es fuera de serie, pero ella y yo vivíamos en ese momento en países diferentes. Fui a Madrid en un viaje iniciático y acabé en Miguel Yuste conociendo la Redacción de El País. Era 1984. Conocí la ‘movida’ y el mundo se abría ante mis ojos. Me leí cualquier papel, legajo, fancine, libro o tomo que pasó por mis manos. Y me escuché todos los elepés que se editaron. Fui a todos los conciertos de Donosti y al Festival de Jazz. Escribí un diario en dos voluminosos cuadernos. Ahora que me doy cuenta, mi primer blog. También, me enamoré. Y también me rompieron el corazón.
En 1985 la fiesta había terminado para mí. Me enfrentaba a la primera de mis últimas oportunidades. De las 300.000 pesetas que costaba la matrícula en primero de Periodismo en la Universidad de Navarra pasé a las 32.000 que costó primer curso de Periodismo en la UPV, campus de Leioa. Era octubre y estaba nublado. Tremendamente nublado.
Bilbao era Matrix, Mad Max. Los destrozos de las inundaciones en el corazón de la ciudad, las revueltas obreras de los astilleros Euskalduna que paralizaban la urbe, la escisión del PNV y el nacimiento de EA, los duros ochenta de droga dura y ETA matando a troche y moche... y tú que llegas a Lejona por la tarde a matricularte en segunda instancia. Lo haces y buscas la cafetería para tomarte un café. Hay una fiesta y dos millares de tipos y tipas como tú -¿dónde os habiaís metido?- se emborrachan con tercios de birra mientras una canción atronaba en los bafles. La recuerdo, era de Bowie y se titula ‘Changes.’
Al día siguiente fui a las nueve de la mañana a mi primera clase. Fino estratega, me senté en la última fila, la profesora de lengua se desgañitaba enseñándonos gramática generativa-transformacional mientras la tipa junto a la que me había sentado se liaba con pasmosa elegancia una trompeta tras quemar el medio talego. Todo el mundo fumaba en el aula y todo el mundo estaba leyendo los periódicos, abiertos completamente sobre cada pupitre. Emilia Zorriqueta, la profesora, con un micro y un altavoz seguía dale que te pego. El aroma del hachís se mezclaba con la humedad de una mañana de octubre en el País Vasco. Me ofreció una calada y el costo me rascó bien rascados los pulmones y eso que por aquella época yo fumaba Habanos. Eran las nueve y cuarto de la mañana de mi primer día en Periodismo en la UPV/EHU y ya estaba ciego. No volí a ver a aquella chica y Lengua me quedó para septiembre. Yo estaba en mi sitio, en la mejor Facultad de Periodismo del mundo, la que me enseñó el oficio gracias a tipos como César Coca, Mingolarra o Ramón Zallo.
Lo demás fue sencillo. Estaba exactamente en el sitio soñado. Aprobé los cinco cursos del tirón con unas notas de cuidado. Comencé a hacer prácticas en El Diario Vasco en cuarto curso y hasta hoy no he dejado de trabajar. Luego pasé todo quinto curso de carrera en El Correo, gracias a una beca. De ahí, a Granada, a Ideal. Un 14 de febrero de 1991 firmé mi primer contrato laboral.
En 1992 El Diario de Cádiz, en la calle Ceballos, organizó un seminario de diseño periodístico con la SND y mi director, Melchor Saiz Pardo, me envió a la ciudad gaditana. Venía de haber estado una semana en la Expo92 en Sevilla. Andaucía y la juventud me bullían en la sangre. Estaba feliz. Sevilla y Cádiz eran dos ciudades conectadas completamente con mi pasión por la historia, los viajes, América, y leía sus piedras y caminarlas me parecía un sueño. Además, ya era periodista y estaba allí porque era periodista. Un sueño cumplido. En Cádiz, en 1992, escuché por primera vez vía Salvador Giner, que venía de Estados Unidos, hablar de Internet. Fue como un guiño que el decano de la Facultad de Periodismo de la Universidad de Navarra, Carlos Soria también estaba por ahí, nos desvelaran en un cafelito lo que estaba por venir. Yo me quedé con la copla, y tres años después ya estaba empezando a conocer Internet. Creo que fue en 1996 cuando me conecté por primera vez y en 1997 compré mi primera cuenta de correo electrónico en Arrakis. Sí, he dicho comprar. Con el tiempo, gané un premio de Periodismo en Internet.
Ayer volví de Cádiz donde hemos realizado unas coberturas de las que estoy particularmente satisfecho. Allí me reencontré con Óscar Chamorro y tras una más que intensa semana ayer me paseó por Cádiz para recordar la ciudad en la que hace 19 años fui tan feliz. Y nos sacamos unas fotos. Y entonces recordé que ser periodista significa comprender de una manera sencilla que los colegas son los colegas. Y que el compañerismo y la amistad son intrínsecas al oficio. Y la pasión, el compromiso y el sacrificio. Por eso lo pasamos tan rematadamente mal, nos enfadamos, sufrimos y nos duele por dentro cuando las cosas salen como salen. Pero pasa lo contrario cuando algo, por sencillo que sea o parezca, sale bien.
Estas líneas están dedicadas a todos los que entienden que ‘los colegas son los colegas’, a los que nunca te traicionan y a los que siempre se alegran de tus éxitos. A todos aquellos a los que si un día tienes que remontar en una lancha el delta del Mekong, sabes que cuando te toque dormir, se quedará de guardia y podrás descansar tranquilo.
También quiero dedicarlo especialmente a Enrique Meneses, por lo que todos sabemos.
Una que me quiere me dijo: Hay dos tipos de periodistas. A vosotros es el Periodismo el que os elige.
La historia de Izaskun Pérez Luis
El link de Izas: ‘Elegí ser periodista’
4 comentarios:
Qué placer leerte, Barrera. Cómo escribes.
Q gran profesional y gran persona es Oscar chamorro! Un abrazo a los dos
Un post "mortal con tomate" de puro periodismo al pil-pil.
Ole, ole, ole, ole, ole, ole, ole y ole. Eres un figura Barrera, qué gran post, este y el de Izas (también inmenso) deberían de estar en la puerta de alguna facultad, como las tesis de Lutero, para enseñar a los alumnos qué es el periodismo.
Grande Barrera, qué ganas tengo de verte por la zona y poder invitarte a unas cañas, para que sigas contando historias de todo tipo, como la de tu compay al que le sentaba mal la quinina.
Un afectuoso saludo, donostiarra :D
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