Hace treinta años, en 1977, en el lapso que media entre el 16 y el 19 de agosto morían dos genios.
Cada uno de su propia marca.
Elvis Presley y Groucho Marx.
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Estos días se conmemoran los treinta años de su desaparición y me da en la nariz que mientras respecto a Elvis no se hace más que exprimir la gallina de los huevos rocanroleros de oro el segundo va convirtiéndose con el paso del tiempo en una referencia que supera lo que fue precisamente su vida.
Mientras Elvis es más un fenómeno circense, un becerro de oro al que adorar y exprimir; Groucho es un clásico, un tipo inteligente y carismático que a todos nos gustaría conocer.
Sus obras son cumbres del humor del siglo XX y de todos los siglos. Queda hasta intelectual citarle en tus artículos mientras, Elvis, excepción hecha de su maravillosa música, queda al pairo.
Mientras las obras de ambos son subidas a los altares, las vidas también de ambos se van separando con el paso de los aniversarios hasta parecer que la de Groucho mereció la pena y la de Elvis no.
Lean "Groucho y yo", la autobiografía marxista con un prometedor comienzo que no defrauda hasta el final: "Mi juventud, puedes quedarte con ella"; y escuchen "Suspicious mind".
Y verán, comprobarçan y se enfadarán porque la obra, el arte y la genialidad de los dos no está siendo reconocida de igual forma en lo que respecta a sus personas; a su memoria.
Creo que no es justo.
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