Ideal de Granada: La Vega es para quien la trabaja

20 de diciembre de 2009

Me ha encantado escribir este reportaje. Son media docena de historias personales que configuran la historia de la Vega de Granada. La historia viva. Esta gente es sabia como la propia tierra que cultivan. Su modelo de vida, ahora que el nuestro está en crisis, pervive. Me contaron cosas como que ellos nunca venderían su tierra mientras en la ciudad todos venden sus pisos para ganar dinero", "o que la tierra siempre ha dado de comer a la gente y ahora que el trabajo en los bares y en la construcción menudea los hijos vuelven a trabajar la tierra con sus padres y come la familia entera". Por eso, la amenaza de la construcción de un parque "con árboles de paseo para los de la ciudad en vez de nuestros frutales" les tiene sin dormir.

Dos cosas más. Este mundo diferente de pollos y cerdos, de nueces y calabacines se encuentra a menos de cinco minutos en automóvil desde cualquier punto de la circunvalación de Granada. Es un mundo de acequias centenarias, de reminiscencias moriscas, de tecnología ecológica y de ruidos naturales. Es este mundo tan diferente que acumula miles de vistas de Granad aque veine años después de vivir en esta ciudad no conocía.

Quizá por todas estas razones me ha costado tanto escribirlo. Tardé mucho, mucho, mucho, casi una semana. Es lo bueno que tiene el nuevo modelo editorial de Vocento, que para este tipo de reportajes se han acabado las prisas.

Resulta que traté de aplicar todo lo que leo/veo/escucho de mis masestros, de abandonarse ‘al otro’ y, claro, de repente nace el compromiso de informar pensando en tus lectores. Y sí que me ha costado.

Me encantaría que os lo leyerais y si me decís algo os lo agradezco. Se titula ‘La Vega es para quien la trabaja’ y lleva dos subtítulo: ‘La agricultura resurge para combatir la crisis¸ y ‘Jubilados, acequieros, peones en paro, familias, agricultores en activo, fruteros, tractoristas y cortijeros defienden sus marjales’ (Los marjales son una unidad de superficie muy conocida en Granad ay que ocupa exactamente la superficie del patio de los Leones de la Alhambra).

Para comenzar el reportaje he elegido una onomatopeya al más puro estilo cómic, para ver si conseguía construir la imagen que quería trasladaros, la de la tensión en que viven la Vega y sus habitantes por la presión urbanística que ejerce la ciudad sobre ellos.

Ahí va: (Croooooock, craaaaack, crush). Y una de las dos nueces que Trini guarda mano adentro cruje y se abre. El acto es sencillo, pero encierra en sí mismo la tragedia de la Vega de Granada. Aquí todos parten nueces con una mano y cuando queda la última la aplastan contra la primera esquina de piedra que encuentran en su caminar.


Es el contrapunto a la ciudad, Granada, a menos de quinientos metros desde la Ronda Sur, apenas cinco minutos en coche, pero tan lejana como una promesa de amor incumplida. En la ciudad las nueces se abrirán con cascanueces y se comprarán en una bolsa de plástico y en este otro caminar los moradores de la Vega perderán dinero mientras mantienen un terreno virgen de asfalto que guarda en sus entrañas siglos de tradición que ahora ven amenazada.


La tragedia de la Vega es que necesita a la ciudad, pero cada una en su sitio y con su estricta función. La tragedia ocurre cuando una de las dos partes trata de avanzar sobre la otra. La ciudad sobre la Vega. Con nuevas carreteras, viales, desdoblamientos, corredores, distribuidores o parques del Milenio. Entonces ocurre lo mismo que sucede cuando las dos nueces se enfrentan dentro del puño de Trini: una de ellas, la más débil, se rompe.


(Croooooock, craaaaack, crush). La Vega de Granada cruje y se está partiendo por el empuje de la urbe granadina. Jubilados, acequieros, peones en paro, familias, agricultores en activo, fruteros, tractoristas y cortijeros defienden sus marjales. Y los defienden a muerte, «porque si nos los quitan y desaparecen, nosotros también desaparecemos y moriremos».


Antonio Navarro pronuncia esta última frase desde la sabiduría de sus ochenta años de edad. Pronto presidirá la futura asociación que englobará a los agricultores jubilados, unos cuatrocientos, que viven de la tierra y gracias a la Vega Sur. «Me desayuno a diario siete o nueve nueces, el zumo de dos naranjas y un limón, medio litro de leche, el pan que necesitan cuatro cucharadas de aceite puestas en un plato, una pastilla de color rosa para la tensión y otra para la cardiopatía. A veces, una más de paracetamol». Todo lo que Antonio desayuna proviene de la Vega, bien de la huerta bien de sus animales. El pan, incluso, de la harina que vende al molino. «Lo único que no da la tierra de la Vega son las pastillas de la farmacia», dice socarrón.


Este modelo, una especie de autarquía, una economía de subsistencia, funciona de maravilla por estos pagos de la Vega Sur de Granada. «Cultivo pimientos, tomates, berenjenas, habas, patatas, tomates... de todo lo que es necesario en la casa para la despensa. Tengo también gallinas, cuatro pavos para hacerlos salchichón y 35 pollos de engorde de a ocho meses que solo comen alfalfa y maíz seco. Todo como siempre y que ahora le llaman ‘ecológico’», dice de carretilla Antonio Navarro, para explicar a continuación que «no vendo a nadie, todo nos lo comemos en la familia, y ahorramos un montón de dinero. Nuestra cesta de la compra se llena en nuestra huerta y así se puede sobrevivir más o menos bien. Piensa que mi pensión agraria es de 540 euros, y eso que es de las más altas que hay».


No solo la cesta de la compra es uno de los beneficios que Antonio logra gracias a su huerta en la Vega Sur de Granada. Hay muchos más, desde el curso de agricultura ecológica que le permite estar a la última hasta la salud mental que le depara el campo: «Yo no piso el bar», pontifica, sabiendo que la cita con el bar de la esquina es uno de los males que, en cada barrio de cada ciudad, se expande entre los jubilados que coleccionan partidas y consumen fútbol para matar unas horas que a Antonio Navarro le dan la vida recorriendo por la Vega, su querida Vega, su media hectárea en el conocido como Pago del Domingo. Por eso, por esto y por lo de más allá Antonio se encomienda y certifica: «La tierra forma parte de nuestro ser. Si nos la quitan, si nos la expropian, morimos».

Paco Cáceres es ‘alma mater’ del movimiento asociativo para la defensa de la Vega. De memoria recuerda que aquí se producen un millón de kilos de papas, 300.000 de alcachofas y miles más de todo tipo de verduras y hortalizas. También hay 70.000 árboles frutales, lo que construye con las técnicas agrícolas, el apego a la tierra y la vida que surge de estas tierras «una identidad cultural propia que no se debe perder». Pero el hecho es que «se está perdiendo». Paco Cáceres se detiene y señala la carretera de La Zubia, «que corta los caminos que recorren la Vega en paralelo al río Monachil». Su denuncia es que este asfalto cercena sin piedad acequias y cauces, paseos y caminos, que estas infraestructuras no son respetuosas, no están integradas y sesgan el agua y la vida «y la llenan de un peligro que no tiene».


22 años de asfalto después, Fernando Arboleda ha cambiado el volante por la azada, las autopistas europeas por los caminitos de la Vega, el camión por el tractor. Fernando es un clásico, nació hace 49 años en El Barrichuelo, una de las cortijadas de La Zubia: «Llevamos aquí cinco generaciones. Aquí nació mi abuela, mis padres, yo y mis hermanos, mis hijos y mis nietos». Fernando trabajó toda su vida para pagar al banco la hipoteca de la finca de cerezos que quiere dejar a sus hijos «y que he ganado trabajando noche y día en el maldito camión por Italia, Alemania, Holanda, Francia...». Ahora, labora su huerta y trabaja en Inagra por días «ahora unos quince al mes y el resto, aquí en la huerta, con las cerezas», explica.
–¿Es un buen negocio esto de las cerezas?
–Este año no. En absoluto. Pero el año pasado sí que fue un buen año. Ahora están pagando a poco más del euro, a veces dos. Pero el año pasado se llegó a los tres euros por kilo de cerezas.
–Pues mira que oscila la cosa...
–Aquí dependes de todo. El año pasado el precio subió por las tormentas, que dejaron sin cereza el Valle del Jerte, Tarragona y la zona cerecera del Castillo de Locubín, en Jaén.

La dependencia es algo que Fernando lleva mal sangre adentro. La dependencia de las lluvias del Norte de Europa en las carreteras cuando antes y de las lluvias del Sur de Europa cuando ahora. Pero el cielo es así. Y se acepta. La dependencia de los planes de los políticos es diferente. El desazón de cada nueva noticia le desborda, le provoca, le horada el corazón de currela de riñón prieto. Y la rechaza. «Primero fue lo del desdoblamiento de la carretera de La Zubia, que pillaba por todo el medio de la huerta (...) Ahora, el parque del Milenio, que es una trampa para servir la Vega en bandeja. Mira –me espeta, vehemente, el parque del Milenio es quitar nuestros árboles frutales de toda la vida para poner de los otros, de los de pasear», resume, ‘séneca’ perdido. Y remata, concienciado, para que no quede duda alguna: «Si no me quitan mi huerta por un lado, me la van a querer quitar por el otro».

Si Antonio Hurtado Arquelladas hubiera tenido alguna vez tarjeta de visita diría: «Acequiero de la Vega Sur. Acequia El Jacín. Abrimos a las tres de la mañana y a las tres de la tarde».

–¿Es así?
–Sí, sí. Es así. Me he tirado 25 años abriendo las compuertas de la acequia El Jacín para servir el agua a las dulas a las tres de la mañana y a las tres de la tarde.
–¿Las dulas? ¿Eso qué es? ¿Y ese horario. A qué obedece?
-–Las dulas son... pues... cada huerta que por turno recibe el agua de la acequia. Y lo del horario... pues a mí me lo enseñaron así. Te levantas, y cuando suena la campana de la Torre de la Vela a las tres de la mañana subías y bajabas compuertas para servir las dulas.

La acequia El Jacín sale del río Monachil, recorre tierra de Monachil, Cájar, Huétor Vega, La Zubia, Granada y reparte vida sobre cinco mil marjales de unos quinientos regantes. Antonio ya se ha jubilado de acequiero y la renta mensual que le ha quedado es de 560 euros al mes. Sus tres hijos, de 34, 32 y 27 años trabajan en los veinte marjales que tienen en propiedad. «Me he tirado 27 años trabajando para pagar al banco, y ahora me complementan mi pensión y doy trabajo a mis hijos. Me ahorro la compra y vendo en las fruterías».

Es un paso más que mejora el modelo y, como bien anuncia Paco Cáceres, «ya estamos viendo la manera de englobar a estos pequeños agricultores para que vendan a fruterías, monten cooperativas...», dice con su irreductible afán, que ilustra con un buen ejemplo: «En la alcachofa, el corte es el sello personal de cada agricultor (se refiere al corte con la hoz sobre el tallo). Un agricultor de Huétor Vega, a quien le pagaron por sus alcachofas a 0,10 ó 0,20 céntimos se las encontró en el Carrefour, donde las reconoció porque llevaban ‘su’ corte, a dos euros y pico el kilo. Es un problema clásico. La agricultura da de comer a los agricultores y beneficios a los distribuidores».


Paqui Molina y toda la cuadrilla recoge nueces mientras tres hombres varean los nogales sin piedad. Cuando el almuerzo, pega la hebra para explicar que esta crisis ha producido la vuelta al campo «justo cuando quieren cargarse la Vega con ‘el distribuidor’ y el parque del Milenio», recita los dos nombres como un mantra. «Mi yerno se ha ido al paro. No hay trabajo en la construcción y entonces vuelven a la Vega, que nos da de comer». «La tierra es nuestro seguro en esta vida, siempre está ahí. Del campo ha vivido siempre todo el mundo. Por eso queremos dejársela a nuestros hijos y no queremos ni carreteras, ni parques del Milenio ni nada. Sus expropiaciones nos roban. La Vega es para quien la trabaja».


Aparece Trinidad Sánchez, la presidenta de la Asociación Vega Sur. «Yo no sé leer pero sé mirar», me dice dentro de los ojos para que le entienda a la primera: «Mira la carretera. A la derecha, la enfermedad de la Vega. A la izquierda, la salud», señala moviendo el brazo a la derecha para indicar los talleres de chapa y pintura y de distribución y a la izquierda los hermosos frutales, la tierra verde y el cielo azul. «Aquí, en la Vega, apenas se gana dinero. Pero se come y se puede vivir bien. Nosotros no desfallecemos y nunca venderemos la tierra. Mientras, en la ciudad, todos venden pisos».

5 comentarios:

© Manuel M.MATEO dijo...

Magnífico reportaje Javier, cómo bien has dicho: "pegado a la tierra", al corazón añadiría yo. Trabajos cómo el tuyo y personas cómo las que has entrevistado para tu trabajo son las que ayudan a hacer este mundo un poco mejor. Felicidades.

Jecabrero dijo...

Me encantó leerlo.

Juan Carlos GR dijo...

Javier, me encanta leer tus reportajes, pero este lo has bordado... Incorporando un lado de la cuestión bien autentico y casi siempre despreciado. Te seguiré leyendo

Fran dijo...

Me ha gustado mucho, soy ejidense, tierra de invernaderos y estudio en Madrid, donde la poca tierra que hay es césped que no se debe pisar...

Este reportaje es la muestra de que para vivir bien no es necesario una cartera llena, sino ver cómo el esfuerzo de nuestras manos y los tiempos de la tierra nos recuerdan de dónde venimos.

PeriodismoalPilPil dijo...

Muchas gracias a todos por vuestros comentarios. Me animan a seguir en este oficio :-)

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