Carlos Morán es mi amigo y una vez me dedicó una postdata de su columna del domingo en Ideal de cuando nos fuimos a ver el último concierto de 091 en Maracena, así que le tengo Ley.
Dicho esto, una entrevista para un diario se hace así, como la ha hecho Carlitos. Te buscas al tipo, te preparas las preguntas, lo presentas en dos frases con cierto empaque, disparas y te retiras. Si las preguntas son buenas tú ya no pintas nada, a leer contestaciones en las que encontramos frases como estas que os copio y pego... Pero antes, dos cositas. La foto que se ha marcado mi tocayo Javier Martín es a mi juicio y a mi gusto un diez. Y, reconocerlo, hay que tener ciertos bemoles para poner el titular que se ha puesto. Y esa responsabilidad trasciende a Carlitos y hay que aplaudir, aunque sea solo esta vez, a los barandas (Ro, JJ y Félix).
Destaco las respuestas de Juan Madrid sobre el Periodismo
–Si un periodista novato le preguntase que dónde están las noticias, ¿a dónde le enviaría?
–A la puta calle. Las noticas haya que buscarlas en la calle. El periodista en una mesa de redacción no hace nada. Se estropea. Va directamente para ser redactor-jefe, que son necesarios. He conocido a muchos en mi vida y a veces me he asombrado de su sabiduría, pero luego les pones en la calle y no tienen ni idea. Yo nunca he sido más que reportero. Ni menos. Pero tiene que estar bien pagado. Hay que llegar a ganar más que los jefes, pero sin ser jefe. En este país, cuando destacas un poco, te ascienden. Y ya te han jodido.
–¿Qué tienen que hacer los periódicos de papel para no desaparecer?
–Es bastante fácil: dar información veraz y auténtica. La televisión no informa. No es competencia. Ni aquí ni en ninguna parte.
–Aparte de olfato, ¿qué debe tener un buen periodista?
–Lo que tenía antiguamente la Guardia Civil: paso corto, vista larga y mala leche.
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La entrevista
«Las noticias están en la puta calle»
El novelista repasa la actualidad y habla de Salobreña, a donde llegó harto de un Madrid. Mañana presenta en el café Pícaro de Granada (20 horas) ‘Bares nocturnos’
GRANADA.
La escritura de Juan Madrid (Málaga, 1947) es como un gancho en el mentón. Noquea. Su conversación también es tajante. Va al grano y proporciona titulares con una facilidad pasmosa. «En España, hemos fracasado en todo». «Las noticias hay que buscarlas en la puta calle, que es donde están». «No tengo teléfono móvil, ni coche, ni Internet. ¿Para qué, para perder el tiempo?». Aunque por momentos parezca que se desparrama, siempre recupera el rumbo. Y golpea de nuevo. Igual que el boxeador que baila sobre el cuadrilátero antes de soltar otro derechazo.
Periodista de los que se codeaban con maderos, chuloputas y soplones para tener algo que llevarse a la ‘olivetti’, dejó el oficio en 1995 para convertirse en maestro indiscutible de la novela negra española. Ahora ha cambiado Madrid por Granada, Malasaña por Salobreña, pero sigue buscando obsesivamente la perfección. Porque, a pesar de su deslumbrante bibliografía, admite que aún no ha escrito una obra de la que pueda sentirse orgulloso.
–Acaba de publicar un tocho con todos sus cuentos, que, dicho sea de paso, es un festín para los amantes del género negro. ¿No teme la competencia de la realidad, porque todos los días nos despertamos con una novela negra en los periódicos: Gürtel, El Ejido, Santa Coloma...?
–La realidad no suplanta a la ficción. La realidad lo que hace es superar a la ficción. Pero la realidad no es solamente como la cuentan. Tiene subterráneos y cloacas. Y, a veces, los subterráneos y las cloacas están recorridos por canales que son desconocidos. La función histórica del periodismo es informar sobre eso. En el siglo XIX, los escritores realistas como Dickens, Balzac... cumplían ese papel histórico de informar sobre la realidad. Pero, sobre todo, la novela tiene que dar un discurso alternativo al discurso oficial. Siempre que hay un poder, sea el que sea –matrimonial, de pareja, laboral, político...–, hay un discurso oficial. Y si ese discurso oficial no se corrige con los discursos particulares de los que nos dedicamos a este oficio, estamos jodidos. Entonces se crea un gran discurso oficial, que es lo que pasó en este país en los años de la transición y, desde entonces, viene repitiéndose. A saber: la Monarquía española es una de las mejores del mundo; el Rey es fundamental para la democracia, los pilares de la patria son ejército, policía, judicatura, etc; la Constitución no se puede modificar y vivimos en el mejor de los mundos posibles... Pues todo esto tiene que ser cuestionado colectiva e individualmente, sobre todo, por los que asumimos el papel de informar.
–¿Por qué ha querido compilar sus cuentos?
–Siempre he sentido un amor desaforado por los cuentos. Tienen la belleza y la fuerza de lo breve. Son como un golpe de boxeo que te da en la mandíbula y te tira. La verdad es que mis cuentos son iguales que mis novelas. Hablo de los mismos temas que en las novelas: de la gente que no sale nunca en las novelas contemporáneas y, si salen, es como comparsas. Yo quiero darles voz, no voto, porque no puedo... Empecé a escribir cuentos muy de niño. A los diez o once años. Escribía en una libreta de tapa negra que había encontrado en la basura, allí en Málaga. Por aquella época, tuve la suerte de no ir a la escuela durante un año entero...
–¿Y eso?
–Porque le decíamos a mi madre que en el colegio nos hacían cantar el ‘Cara el sol’. Entonces, mi madre se enfadaba y nos sacaba del colegio para buscarnos otro colegio donde no se cantase el ‘Cara al sol’. Mi hermano y yo nos aprovechábamos y, como mi madre nos daba clase, vagábamos salvajemente por las calles. Es una época inolvidable de mi vida. Escuchaba a los narradores de crímenes por las calles, a los vendedores ambulantes: tomaba el pulso a la ciudad y ahí se forjó mi pasión por las historias...
–Y comenzó a emborronar la libreta negra...
–Era un cuaderno de contabilidad que estaba mal: las hojas impares las tenía en blanco... Yo lo que hacía era completar las novelas que leía: Emilio Salgari, Zane Grey... Y ahí empece a añadirme como amigo del protagonista de mis lecturas, sobre todo, de Sandokán. El caso es que, con trece años, me publicaron dos cuentos escritos a mano. Luego, cuando fui botones de la editorial Alfaguara, en 1964, veía llegar a unos tipos con una gabardina blanca y un montón de folios bajo el brazo que ganaban tres o cuatro veces mas que yo. Pensé que eso era fácil de conseguir, pero tuve que ensayar durante más de 17 años, hasta que el periodismo me enseñó que para escribir tienes que conocer el final de la historia.
–Si un periodista novato le preguntase que dónde están las noticias, ¿a dónde le enviaría?
–A la puta calle. Las noticas haya que buscarlas en la calle. El periodista en una mesa de redacción no hace nada. Se estropea. Va directamente para ser redactor-jefe, que son necesarios. He conocido a muchos en mi vida y a veces me he asombrado de su sabiduría, pero luego les pones en la calle y no tienen ni idea. Yo nunca he sido más que reportero. Ni menos. Pero tiene que estar bien pagado. Hay que llegar a ganar más que los jefes, pero sin ser jefe. En este país, cuando destacas un poco, te ascienden. Y ya te han jodido.
–¿Qué tienen que hacer los periódicos de papel para no desaparecer?
–Es bastante fácil: dar información veraz y auténtica. La televisión no informa. No es competencia. Ni aquí ni en ninguna parte.
–Aparte de olfato, ¿qué debe tener un buen periodista?
–Lo que tenía antiguamente la Guardia Civil: paso corto, vista larga y mala leche.
–A uno de los malos –presunto habrá que decir– de la ‘Operación Gürtel’ le llamaban ‘El albondiguilla’, ¿parece poca cosa para un supuesto gángster?
–No, que va. Es un apodo muy adecuado. Un ‘albondiguilla’ es un pelota, un tipo que te dora la píldora mucho.
–¿Había que sacar a Lorca de la fosa?
–Había que sacar a Lorca y a todos los asesinados. Inmediatamente. Hay que recuperar la memoria. Eso significa mostrar lo que ha ocurrido, enseñar lo que ha pasado. Que los maestros lo cuenten en las escuelas, en la Universidad, en la televisión, en los periódicos... Si no hay memoria, no hay futuro. No se puede construir el futuro sin saber lo que fue la República y lo que significó el levantamiento militar fascista. Sin saber eso, se construyen autómatas, gente desesperada que se dedica al botellón... Gente sin raíces, que no son herederos de nada ni de nadie.
–Dicen que los banqueros, con su avaricia, han estado a punto de cargarse el chiringuito capitalista. Como comunista, ¿le jode esa sorprendente competencia?
–Soy comunista los lunes, martes y viernes. Los miércoles y jueves soy libertario. Pero los banqueros no han jodido el chiringuito: se han quedado con el chiringuito. Lo que pasa es que su discurso de que es posible el desarrollo perenne es falso y peligroso, sumamente peligroso. Y aquí está el resultado: la crisis más grande que ha habido.
–Si tuviera que contar la crisis, ¿cómo lo haría?
–La estoy contando siempre. Este es un sistema que está basado en la explotación de dos tercios de la humanidad. En Suiza no hay cacao, pero fabrican el mejor chocolate.
–¿Por qué se mudó a Granada, a Salobreña?
–No aguantaba ya el Madrid del ‘pasaron’. Madrid era el ‘no pasarán’, pero pasaron. Han convertido mi barrio, Malasaña, en una especie de parque temático. Y decidí venirme para acá. Pero sigo teniendo un apeadero allí en Malasaña. Casi todas mis novelas hablan de los lugares en los que vivo. Ya tengo algunas en las que hay referencias a Salobreña.
–¿Pero a qué se debió la elección de Salobreña?
–A que, cuando la vi, todavía estaba sin corromper. Las comunicaciones estaban sin hacer y no habían entrado a saco los especuladores. Cuando lleguen y lo jodan todo, me iré, seguiré caminando.
–¿Ha leído la saga ‘Millenium’?
–No. Cogí la primera novela y me detuve en la página setenta. Era reiterativa y tediosa. La vida es breve y el tiempo es oro.
–¿Usa Internet?
–No. No tengo Internet, ni teléfono móvil, ni coche. ¿Para qué, para perder el tiempo?.
–El autor de ‘El Lazarillo’ prefirió el anonimato, ¿miedo o modestia?
–Era miedo. ‘El Lazarillo’, la picaresca en general me han influido bastante. Su discurso no tenía nada que ver con el discurso oficial. Por eso lo que había era miedo.
–¿Usted vota?
–Sí. Mi madre, que es una mujer de izquierdas, tiene 91 años me llamó en 2004 para decirme que los fascistas estaban a las puertas de Madrid, que había que pararlos de cualquier manera, incluso votando... Y sigo votando. Digamos que es un gesto por haber luchado, junto con montones de gente, por una España un poco mejor... pero hemos fracasado en todo.
–Hombre, pero habrá esperanza, ¿no?
–Claro, yo tengo esperanza. No todo está perdido. Habrán ganado una batalla, pero no la guerra. La guerra continúa.
–Y siempre quedará la escritura...
–Escribo continuamente. Soy un escritor obsesivo. No paro. No puedo parar. A ver si consigo una novela que merezca la pena. Todavía no la he conseguido.
–¿En serio?
–Sí. La novela que quiero hacer, todavía no la he hecho. A ver si me da tiempo.
Juan Madrid: "Las noticias están en la puta calle"
29 de noviembre de 2009
Publicado por PeriodismoalPilPil en 9:49 p. m.
Etiquetas: Lecciones de Periodismo, Mis amigos
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2 comentarios:
"Paso corto, vista larga y mala leche", dice. No sé qué quiere decir 'paso corto', pero en lo de vista larga estoy de acuerdo. Y lo de la mala leche me acaba de convencer.
Malo cuando el perioista es entrevistado, en la puta calle no te entrevistan. Te lo digo 15 años en ello
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