ETA es blanco y negro

17 de octubre de 2011


ESCENA 1:
Abrió muy muy despacio, casi con delicadeza, el cajón de la mesilla. Una mesilla cualquiera, como frágil, de madera, con sus cuatro patillas. Preparada para dejar un vaso de agua, unos pañuelos, quizá algunas pastillas, medicamentos. De su interior aparecieron majestuosos, negros como la muerte negra, brillantes, mortíferos. Eran dos colts cortos del 38, negros.

"Podrán matarme. Pero no lograrán nunca que tenga miedo", sentenció, mientras su mirada adoptaba una expresión que desconocía en él. Este empresario, al que conozco desde crío, nunca pagó el impuesto revolucionario de ETA. Era tajante al respecto. Me contó cosas increíbles, él luchaba contra ETA trabajando y negándose a dejarse humillar por el miedo, por el silencio. Él estaba orgulloso de ser vasco. Tremendamente orgulloso, de hecho. Me gustaría saber si hoy estaría dispuesto a perdonar.

ESCENA 2:
Suena el teléfono. La voz de un amigo fraterno al otro lado, seca, dura, acero puro. Me dice: "Han pillado al hijodeputa que le puso una bomba a mi hermano". No ríe, no sonríe, no hay ni una nota discordante en su voz amarga, comprometida. Tres atentados después, sin consecuencias, me gustaría saber si está dispuesto a perdonar.

ESCENA 3:
"Baja a la calle. Creo que a tu padre le ha pasado algo", dice una voz anónima por teléfono. Al final de la frase, incluso, hay risas. Cristina baja a la calle y nada más poner el pie en Sancho el Sabio de San Sebastián, siente que algo ha pasado. Va hacia la esquina de la Caja de Ahorros Provincial de Guipúzcoa de la esquina con la Plaza del Sauce (ya no existe, ahora es Don Serapio) y se encuentra a su padre cosido a tiros. Mi compañero del colegio y de piso posteriormente en la Universidad del País Vasco, Carlos, le sostiene la cabeza. Aún está con vida. Le ha desabrochado la camisa, le ha aflojado la corbata. Carlos me contará posteriormente, en las largas noches de estudio en Getxo, las extrañas sensaciones que tienes siendo un adolescente de BUP cuando tienes entre los brazos a un tipo que le han metido un par de tiros y sabes que se va a morir. Cristina Cuesta, tras este crimen, fundó Gesto por la Paz. Es una persona honorable.

ESCENA 4:
Cementerio de Aginaga, en Usurbil. Está arriba del pequeño pueblo, en una cuesta empinada que te hace llegar a la verja sin resuello. Desde arriba, la vista merece la pena. Mis muertos descansan en paz. La vista del valle verde es idílica. A mi Abuelo Antonio Fernández Montiel le encantaba, y eligió ser enterrado en el corazón de Gipuzkoa, junto a mi abuela Teresa Barrera. Allí reposa mi aitá y mi madrina. Allí esparcirán la mitad de mis cenizas. La otra mitad se irá por el Mediterráneo. A la izquierda del panteón familiar de los Fernández-Barrera se encuentra la tumba de un chico joven, a quien siempre le rezo un padrenuestro. La lápida muestra una foto ovalada en blanco y negro del chaval. Y el texto, en euskera, dice algo parecido a esto: "Murió por la libertad de Euskal Herria". 

Me gustaría saber si cualquiera de estas escenas han merecido la pena. Nuestra generación quiere respuestas. Y ha pasado ya tanto tanto tiempo de lluvia, balas y esperanza, que a nuestra generación le toca inventarse de nuevo los compromisos. Y el primero es aprender a perdonar.

La paz solo llegará desde el perdón como base de la convivencia. Y es una cuestión que, independientemente de lo que nos haya afectado ETA, nos compromete a todos. Es cierto que hay una escala de dolor, pero de la generosidad de los que más han sufrido, encontraremos el camino de la paz que dejaremos a nuestros hijos.

ETA es blanco y negro. El presente es como un bello arco iris. Y es de todos.

PD
Las cuatro escenas son vivencias personales, ciertas en la medida en que la memoria es frágil.


1 comentarios:

Tuor dijo...

Muy difícil perdonar, pero muy necesario aunque les pese a muchos. Sin perdón no hay descanso y como bien dices tampoco paz.

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